Hasta los 18 años, jugó en la Selección Tuluá, después de ser descubierto por Gilberto Román en unas Olimpíadas del Barrio Popular: él era del barrio San Antonio, pero hicieron una excepción para que jugara junto a sus amigos, más allá de los riesgos de roces entre una barriada de clase media el Popular y una de clase pobre el San Antonio. Descolló, por supuesto, y así inició un recorrido que lo llevó al Alianza, al Arroz Andes y al Estudiantes, donde fue ignorado por su técnico... Después llegó lo de la Selección Tuluá.
Allí no tenía una gran relación con sus compañeros. Muy seguro de sí mismo, los criticaba en pleno partido: Ustedes no pueden jugar, yo me voy... , les decía. El técnico Román hacía malabarismos para que no lo mataran. Y él mismo, una vez, lo sufrió en carne propia: para ver cómo funcionaba el conjunto sin Asprilla que por nada del mundo abandonaba la camiseta número diez, lo sacó del equipo en un amistoso. A los diez minutos, Tino estaba en la tribuna desnudo, protestan por su salida...
Después, llegó el Cúcuta Deportivo, el Nacional de Medellín, y aquella selección Sub-23, que desde el Preolímpico de Asunción lo lanzó a la fama y al Calcio... Porque su historia y sus anécdotas siguieron en Parma, su presente.
Apenas llegado a la ciudad italiana, Tino ya despertaba curiosidad por su particular filosofía de vida. Haga buena letra , fue la frase con la que lo recibió el técnico Nevio Scala. Pero el colombiano no podía con su genio. La noche parmesana lo tentaba. Entonces no resultaba extraño encontrarlo en cualquier pub de los pocos que existen en la ciudad, tomando algunos chops de cerveza y manoteándoles el micrófono a los ocasionales cantantes del lugar para brindar un concierto de salsas y cumbias.
La imagen muestra a la gacela ex-jugador Colombiano.
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